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El baúl. Apuntes para su historia (página 2)




Enviado por Angel M. Bravo



Partes: 1, 2, 3

Las glaciaciones e interglaciaciones desarrollaron
ambientes y características morfológicas que
modificaron gran parte de la superficie terrestre, y sobre la
cual, la sedimentación actual del Holoceno o Reciente es
una continuación dentro de un estado
Interglacial de los eventos
anteriores del Pleistoceno Las glaciaciones se conocen como Gunz,
Mindel, Riss y Wurm; consisten en periodos mas o menos constantes
de inviernos crudos y largos y veranos cortos, en que baja la
línea de nieves perpetuas y predomina la
precipitación en forma de nieve sobre la fusión
anual de hielos, con los que se acumula el agua helada
sobre amplias extensiones de tierra,
bajando el nivel del mar, estabilizándose un clima continental
con largos periodos glaciales y subsuelos permanentemente helados
en las zonas periglaciares, secas. Entre estos periodos
fríos se intercalaban los períodos interglaciares y
húmedos: Prevalecía la fusión
sobre la precipitación, retrocedían los casquetes
continentales de hielo, volvían a correr los ríos,
excavando valles y rodando cantos que depositaban cerca de sus
niveles de base, y finalmente se remansaban inundando los valles
de arcilla, a medida que tornaban a ascender los niveles marinos
en el interglacial y se desarrollaban suelos vegetales
o se oxidaban las tierras.

Las variaciones de temperatura y
del clima terrestre, condicionan el Período Cuaternario.
Actualmente se conoce, que durante el Cuaternario (1,61 millones
de años), se originaron diecisiete ciclos glaciales y
veinte en los últimos dos millones de años. Cada
ciclo glacial comprende una etapa fría o glacial y una
etapa caliente o interglacial. Dentro de los glaciales se
encuentran etapas más calurosas, sin llegar a los niveles
de los interglaciales, y se denominan "interestadios". Las
interglaciaciones, igualmente, presentan avances de glaciaciones
menores denominados "estadios".

El periodo Cuaternario, que dio comienzo hace 1.600.000
años, se divide en dos fases: El Pleistoceno y el
Holoceno. Durante el Pleistoceno, que se divide en tres grandes
periodos: El Pleistoceno temprano, el Pleistoceno medio, y el
Pleistoceno tardío, se produjeron tres hechos
fundamentales: La inversión del polo magnético de
la Tierra
(hace 740.000 años), la sucesión de las
glaciaciones, y la expansión de la humanidad por Europa y Asia.

Durante la parte final del último ciclo glacial,
hace unos 20.000 años, los hielos cubrían una
tercera parte de la superficie de los continentes, alcanzando un
espesor de varios kilómetros en gran parte de América
del Norte y de Europa. Además, el nivel de nieves eternas
descendió notablemente en cadenas montañosas tales
como los Alpes y los Andes. Fue tan grande la
transformación de agua en hielo
que el nivel del mar bajó más de 100 metros con
respecto al actual. Las grandes capas de hielo y consecuente
reducción de los mares hicieron disminuir
considerablemente la evaporación y con ello el
régimen de lluvias, lo cual a su vez restringió la
vegetación y contribuyó a la aridez
de muchas regiones del planeta.

El Holoceno es la época geológica actual,
que se considera iniciada con el retroceso de los hielos hace
10.000 años. Aquí termina la última
glaciación, continuando la retirada de los hielos. La
topografía era semejante a la actual. Los
climas se fueron equilibrando, y se hicieron cálidos,
produciéndose una creciente sequedad en el ambiente
terrestre. Los territorios se cubrieron de bosques y de selvas.
Coincide prácticamente con la aparición de la
economía de producción, la agricultura y
la ganadería.
Vivimos actualmente en esta época..

Estos cambios de los climas produjeron modificaciones en
las poblaciones animales y
vegetales, a través de la extinción,
adaptación y migración
de especies. En el estudio de estas modificaciones se basan los
métodos
biológicos de estimación de las condiciones
climáticas y ambientales del pasado. A lo largo de la
historia
geológica del planeta, muchos grupos de
animales han evolucionado y luego se han extinguido. Entre ellos
resaltan los dinosaurios,
los mamuts y otros representantes de la megafauna. Al
extinguirse, en su mayoría por causas naturales, estos
animales han dado paso a nuevos grupos, algunos de talla mucho
menor a la de sus predecesores como el mastodonte, el megaterio y
el gliptodonte. La extinción de estos mamíferos, que tuvo lugar entre fines del
Pleistoceno y comienzos del Holoceno (entre los 12.000 y 8.000
años antes del presente), se ha vinculado principalmente a
las actividades del ser humano y al deterioro climático.
Entre las diferentes especies de megafauna extinguida existen
algunos ejemplares que despiertan gran interés,
entre otras razones por sus características mismas,
así como también por el hecho singular de haberse
encontrado sus restos fósiles en Venezuela, y
en este caso particular por su comprobada existencia en la zona
de los llanos de El Baúl.

El estudio y conocimiento
de estas y otras especies extinguidas corresponde a una ciencia
denominada Paleontología, cuyo objetivo
aborda el análisis y descripción de las formas vegetales y
animales que han poblado la tierra desde sus orígenes,
cuya existencia es posible conocer gracias al testimonio que
ofrecen los restos fósiles. La Paleontología es
la ciencia que
estudia a los seres orgánicos que vivieron en
épocas anteriores sobre la Tierra, bajo todos sus aspectos
y muy especialmente busca sus posibles relaciones mutuas, o con
el medio ambiente
en que se desarrollaron, y su ordenación en el tiempo. Este
estudio es posible gracias a los restos de los organismos, que
han llegado a nosotros formando parte de las rocas
sedimentarias y se han conservado en el transcurso de los tiempos
geológicos; es decir los fósiles. Luego podremos
definir la Paleontología como la ciencia que estudia los
fósiles

Los fósiles son importantes por la información que brindan. A partir del
estudio de los fósiles podemos saber, por ejemplo, que una
pereza terrestre (megaterio) pesaba entre 4.000 y 5.000
kilogramos, un mastodonte 4.000 a 6.000 kg. y un gliptodonte
1.200 a 2.000 kg. Un fósil es toda evidencia de vida de
épocas geológicas pasadas. Estas evidencias
pueden ser huesos, dientes,
impresiones dejadas en los sedimentos que constituyeron el fondo
de cuerpos de agua, polen, partes duras de organismos
microscópicos, caparazones de moluscos y animales
momificados naturalmente. Se define como fósil a los
restos y huellas de animales y plantas que
vivieron hace cientos, miles o millones de años; estos
restos constituyen elementos de gran valor para
comprender la evolución de los seres vivos. A partir de
ellos, la mayoría de las veces solo fragmentos, el
paleontólogo intenta reconstruir todo el animal, situarlo
en su ambiente, descubrir su modo de vida, hábitos
alimentarios, movimientos migratorios, reproducción.

Gracias a los fósiles es posible reconstruir la
historia de la vida en el planeta. Así, los sucesivos
hallazgos de restos fósiles permitieron conocer el origen
de muchos grupos de animales y plantas que viven
actualmente.

En Venezuela la paleontología es una ciencia casi
desconocida. Relativamente pocos han sido los avances logrados,
lo cual ha hecho que el
conocimiento acerca de la paleofauna criolla sea muy
restringido hasta ahora. Pero al reducido panorama
paleontológico venezolano se le abrieron nuevas e
interesantes perspectivas, con los hallazgos de restos
fósiles pertenecientes a varias especies de megafauna
extinguida, en los llanos de El Baúl, en el Estado
Cojedes, una región que, según las teorías
sustentadas en la paleobotánica y el paleoclima estimado
para la época de la última glaciación,
permanecía descartada por los paleontólogos como
hábitat
de los grandes animales que existieron hace miles de años,
y por tanto invalidaba la posibilidad de encontrar allí
evidencias físicas de su presencia.

A comienzos del 2001, en el período de verano,
varios pescadores que habitan en la comunidad Zanja
de Lira, ubicada a orillas del río Portuguesa, 50
kilómetros al sureste de la población de El Baúl, en el
municipio Girardot del Estado Cojedes, encontraron numerosos
fragmentos óseos fosilizados, pertenecientes a grandes
animales. El departamento de antropología de FLASA en Cojedes
inició ese mismo año una serie de actividades
destinadas a recoger las piezas colectadas por los campesinos
pescadores de la zona, a la vez que ha venido
orientándolos sobre la importancia y el valor que tienen
estos materiales
para el conocimiento
científico regional y nacional. Paralelo a ello se ha
propuesto colectar e identificar nuevas piezas y especies, que
permitan un mayor conocimiento e interpretación de la fauna y flora que
pobló esta región de los llanos en épocas
pasadas.

Los restos fósiles encontrados, corresponden a
varios animales de la megafauna pleistocenica extinguida, entre
los que se han identificado muestras de las especies megaterio y
mastodonte. El termino megafauna (fauna gigante) ha sido
definido para comprender al conjunto de animales (en particular
mamíferos) cuya masa adulta excede una tonelada, lo cual
equivale a un millón de gramos, cantidad que determina el
uso del prefijo mega.

Hasta ahora se han colectados varios fragmentos de
extremidades de Megaterio, así como el
húmero completo de un mastodonte adulto y uno de
sus molares, además de otros tres molares de mastodontes
que han sido sacados clandestinamente de la zona en estudio, los
cuales han permitido una clara identificación de las
especies mencionadas, y nos revelan una clara evidencia de su
presencia en esta micro-región llanera.

El Megaterio, que significa "BESTIA GRANDE", fue
un mamífero herbívoro de gran talla, el más
grande de todos los xenartros conocidos, llegó a medir
más de 5 metros de longitud total. Su cabeza era
relativamente pequeña en relación con su
tamaño corporal y tenía un corto cuello. Su cuerpo
era muy voluminoso, pero a pesar de sus dimensiones fue capaz de
ponerse de pie sobre sus patas traseras. Sus miembros posteriores
eran mucho más fuertes que los anteriores, pero no
más largos y su cola bien robusta. Se extinguió a
fines del Pleistoceno hace aproximadamente unos 10.000
años

Este gigantesco perezoso terrestre se desplazaba sobre
sus cuatro extremidades y se alimentaba exclusivamente de
vegetales. Los ejemplares adultos superaban los 6 metros de
altura y pesaban varias toneladas. Aunque eran animales
inofensivos, poco agresivos y de movimientos lentos, al sentirse
amenazados se apoyaban sobre sus miembros posteriores y su
robusta cola, formando un "trípode" que le
permitiría adoptar una postura semi erguida intimidatoria
(como hacen los actuales osos hormigueros) y el fortísimo
brazo, terminado en una garra armada con enormes uñas
curvas, amenazaba con un poderoso zarpazo que resultaba mortal
para cualquier depredador.

El Mastodonte pertenece a la misma familia de
mamíferos que los elefantes, la orden de los
Proboscídeos. Era un elefante grande, con capas de
piel gruesas y
pesadas, y los colmillos largos de la quijada superior curvados
hacia arriba. Las medidas de los mastodontes adultos eran de 2,5
a 4 metros de alto desde los pies hasta el hombro, y cerca de 15
pies (4,5 metros) de la base de los colmillos a la raíz de
su cola. Pesaban entre 3.500 y 5.400 kilogramos (4-6 toneladas).
Su cráneo tenía un canto aplanado en la frente.
El Mastodonte alcanzaba su madurez sexual a los diez o
doce años, podía vivir mas de 60 años y la
hembra solo podía tener un hijo en cada parto, cuya
gestación duraba 22 meses La peculiaridad de sus dientes
dio origen a su nombre: Mastos quiere decir pezón,
y Odóntos es diente (ambas palabras de origen
griego), lo cual traduce que Mastodonte significa
dientes de pezón. Los mastodontes surgieron hace
poco mas de 25 millones de años y se extinguieron diez mil
años atrás.

La evidencia fósil encontrada en Zanja de Lira
certifica la existencia de diversas especies de megamamiferos en
esa zona de los llanos, lo cual lleva indefectiblemente a
concluir, a su vez, la existencia de condiciones
climáticas y botánicas favorables al desarrollo de
estos grandes animales en un período que hasta ahora los
científicos (geólogos y paleontólogos) han
considerado adverso para la vida de este tipo de especies, debido
entre otras cosas, a que durante el último glacial la zona
llanera carecía de un amplio manto herbáceo,
lagunas y corrientes de agua, así como tierras blandas y
húmedas que constituyeran un contexto vegetal apropiado
para la existencia de megafauna.

Es obvio que la presencia de fósiles en las
cercanías de El Baúl contradice la adversidad
climática que se cree predominaba en los llanos e
impedía el desarrollo de estas especies, y obliga a
plantear una nueva interpretación sobre la base de
estudios mas profundos al respecto, que permitan comprender con
mayor exactitud y certeza el proceso
geológico de esta región y su relación
directa con el desarrollo de una biodiversidad
que se creía ajena a ella. Por eso es de tanta importancia
continuar profundizando en los estudios paleontológicos en
El Baúl.

Población
aborigen

Esta amplia región cojedeña estuvo
densamente poblada por comunidades indígenas antes de la
llegada de los europeos. Esos habitantes autóctonos
dejaron numerosas huellas de su existencia, algunas de las cuales
se pueden apreciar en el extenso y rico reservorio de materiales
cerámicos y líticos que hasta ahora se ha reportado
y prospectado en el municipio Girardot, localizado en los
yacimientos arqueológicos La Ollita (en hato
Piñero, a orillas del Portuguesa), cercano a la
desembocadura del río Cojedes, y el sitio
arqueológico El Tiestal, ubicado en el sector Zanja de
Lira, también a orillas del río Portuguesa, sin
contar además con otros sitios aun no estudiados, como La
boca del Frasco y Paso Real, donde han sido encontrados
importantes restos de cerámica prehispánica.

Numerosos fueron los grupos aborígenes que
habitaron este territorio, coexistiendo en forma relativamente
equilibrada hasta la irrupción del invasor europeo en el
siglo XVI. No quiere decir esto que no había conflictos y
enfrentamientos entre ellos, porque si los hubo, pero en todo
caso estos habitantes primigenios tenían sus propias
reglas territoriales, que hacían posible esa
cohabitabilidad.

La mayoría de estos grupos estaban ubicados entre
los cazadores, recolectores y pescadores, que se extendían
por los espacios llaneros, especialmente en los paisajes
ribereños de los grandes ríos como el Cojedes, Pao,
Portuguesa, Chirgua, y Tinaco, hábitat propicio para las
actividades que les facilitaban el sustento. Ellos
obtenían su alimentación de la
caza de animales silvestres, la pesca de
especies en ríos y lagunas, la recolección de
raíces y frutas silvestres, y hubo comunidades que
practicaron un modelo de
agricultura estacional en períodos de bajadas de agua, al
finalizar la época de invierno. Estas comunidades no
desarrollaron construcciones firmes para vivir ya que muchas de
ellas estaban en constante movilidad, según los
determinantes climáticos y la abundancia de recursos
naturales encontrados. No obstante una parte de estos grupos
estaba constituida por comunidades sedentarias, practicantes de
la agricultura y con una organización social y religiosa más
compleja que los anteriores, aunque eran de mayor tendencia a la
guerra. La
caza para ellos era una forma complementaria en la
obtención de proteínas
para su dieta alimentaria.

Entre los principales grupos que moraban en la zona
llanera se hallan Los Guamos, Achaguas, Taparitas,
Otomácos, Cherrechenes, Chiricoas, Guises, entre otros. De
ellos, esbozaremos algunos datos acerca de
Guamos, Taparitas, Otomacos y Achaguas.

Los indios
Guamos

Este grupo
étnico, también denominado GUAMONTEY, era el
más numeroso y extendido en los llanos cojedeños.
Vivían básicamente de la pesca, pero ocasionalmente
practicaban cultivos y, aunque no eran realmente cazadores,
practicaban anualmente una cacería
ecológica.

Al igual que sus vecinos Otomácos, eran diestros
en la captura del manatí y el caimán, especies de
gran abundancia en los ambientes naturales donde se encontraban
dichos grupos. Estos dos animales eran vitales en la vida de Los
Guamos, ya que les proveían abundante alimentación
en los momentos cuan do las grandes crecientes de los ríos
dificultaban la pesca, pero también les servía para
obtener una rica manteca, además de los nutrientes
obtenidos en las cuantiosas nidadas de huevos de estos saurios.
Según narran los capuchinos, la forma como capturaban este
animal, valiéndose de una especie de soga extraída
de la piel del manatí, es la misma que aun practican los
llaneros en varios lugares del país, enlazando estos
reptiles dentro del agua, en los grandes ríos.

Las formas de pesca ejercitadas por este grupo
étnico tampoco ha perdido vigencia entre los actuales
habitantes ribereños del llano, como se evidencia en los
habitantes de El Tiestal, caserío ubicado a orillas del
río Portuguesa, en el municipio Girardot. En los
ancestrales Guamos destacan dos técnicas
tradicionales de pesca masiva y selectiva: Una es la construcción de Tapas o Cañizos,
consistente en la colocación de una especie de reja o
palizada hecha con troncos incrustados en el lecho del río
o caño, recubiertos de una malla o tejido vegetal que
impide el paso de peces de gran
tamaño como el bagre, el valentón y el dorado,
codiciadas presas par el pescador. Este entramado artificial se
construye antes de que baje el caudal del río, de forma
que al hacerlo se produce el movimiento
migratorio de los peces hacia aguas mas profundas y son cazados
con arpones en su intento de cruzar la Tapa. La otra forma de
pesca tradicional (que aun se practica) es la
sub-acuática, consistente en la inmersión del
pescador en los lugares de refugio de estas codiciadas especies,
que no es otro que las denominadas caramas y cuevas
sub-acuáticas de las barrancas del río, lugares de
refugio igualmente de los caimanes y anacondas, en los cuales el
avezado pescador, sumergido en las turbias aguas y sin
visibilidad alguna, se vale de su agudo instinto y experiencia en
la identificación táctil de las especies, para
cazar con arpones o ganchos el pez que le interesa, descartando
aquellas que no convienen como el cocodrilo, baba o culebra de
agua.

Los Guamos no eran de vocación cazadora, pero su
instinto de conservación y el profundo conocimiento de la
naturaleza los
llevaba a practicar lo que los capuchinos denominaron "una
cacería clamorosa", ejecutada una sola vez al año,
en un solo día, en el cual salían a matar todos los
animales que encontraban. Lo hacían como una medida de
equilibrio, ya
que afirmaban que era necesario mutilar la muchedumbre de
animales para que posteriormente no se alzaran contra ellos. Por
lo general esa matanza no era para comer, sino para mantener un
control y evitar
la sobrepoblación animal.

Aunque Los Guamos no eran agricultores, aprendieron de
Los Otomacos a practicar cierto tipo de cultivo de maíz, que
los capuchinos denominaban "de dos meses"en razón a que
ese era el tiempo transcurrido desde la siembra a la cosecha,
probablemente se trate del conocido y escaso maíz
cariáco, el cual era sembrado en el fértil
terreno que iba quedando libre a orillas de las lagunas a medida
que avanzaba el período de verano, espacio donde
obtenían abundantes y diminutas mazorcas para el consumo, pero
especialmente para la preparación de la chicha fermentada,
su licor preferido, aunque también preparaban bebidas de
las frutas de maya y cumbujul o quiribijul, las cuales al igual
que el maíz, diluían en agua natural y luego
guardaban en tinajas bien tapadas hasta que estaban bien
fermentadas y con capacidad para embriagar.

Al igual que los demás grupos étnicos
llaneros, Los Guamos eran nómadas. Solo se asentaban
transitoriamente en un lugar mientras se mantenía la
abundancia de pesca para ellos, construyendo desechables aldeas
que poco tiempo después abandonaban para continuar su
periplo viajero en busca de nuevas fuentes de
alimentación.

Andaban desnudos y se practicaban mutilaciones en sus
orejas, especialmente en los lóbulos, llegando incluso a
usar esta pequeña parte del cuerpo como especie de
pequeña alforja o deposito para guardar diminutos trozos
de hojas de tabaco. Eran
diestros navegantes en los ríos de su hábitat, y
sus canoas se diferenciaban de las de otros grupos étnicos
por su forma y rusticidad, eran de gran tamaño, planas por
debajo y cuadradas por dentro, sin ninguna estética, pero especialmente aptas para la
caza del manatí y el caimán.

Los Guamos eran buenos tejedores de chinchorros y
sabían trabajar muy bien la cerámica, destacando
entre ella la vasija de doble vertedero. Además elaboraban
los arcos y flechas que usaban como armas de ataque y
defensa. Practicaban la hemoterapia, que consistía en usar
la sangre como
elemento medicinal, especialmente para el saneamiento de los
niños,
a los cuales impregnaban con la sangre de la madre, el padre o el
cacique, quienes, usando un objeto cortante hecho de hueso, se
practicaban incisiones en la lengua y la
sangre brotada la regaban en el cuerpo del enfermo. Igualmente se
practicaban incisiones en la frente y la sien, con puntas de
hueso, para provocar sangramiento y con ello contrarrestar los
efectos de la resaca producida luego de la embriaguez con chicha
fermentada.

Usaban ciertos instrumentos
musicales en sus danzas rituales y festivas, tales como
flautas elaboradas con carrizos, y en ocasiones construían
botutos, que era un instrumento compuesto de varias cañas
o carrizos de considerable tamaño.

Este grupo indígena practicaba la poligamia, en
la que los hombres tomaban las mujeres que querían, con la
sola condición de tener la aceptación femenina, sin
necesidad de retribuir dote alguna a sus padres. Ejecutaban un
rito funerario en el cual colocaban el cadáver tendido en
el suelo, en
medio del espacio del transitorio rancho o bohío habitado
circunstancialmente en ese momento, sobre dicho cuerpo
depositaban las pertenencias del difunto (por lo general arco y
flechas), y luego el resto del clan familiar se sentaba o
colocaba en cuclillas haciendo un circulo a su alrededor,
realizando una ceremonia que consistía en llorar y cantar
en tono bajo y triste, sobre todo las mujeres, lamentando que esa
persona no
usaría mas esos objetos, ritual que se mantiene durante
horas, hasta que al fin decidían enterrar el cuerpo, lo
cual por lo general ejecutaban en el mismo centro de la
desechable vivienda.

Los Guamos constituyeron el grupo étnico de mas
abundancia en los poblados misionales fundados y desarrollados
por los frailes capuchinos a partir de la segunda mitad del siglo
XVII.

Los Taparitas

Eran comunidades de recolectores que vivían a
orillas de los ríos Cojedes, Portuguesa y sus afluentes.
Eran mas nómadas que sus vecinos los Guamos, pues en
época de verano se movilizaban constantemente. No
construían ranchos o viviendas para habitación, en
casos necesarios hacían enramadas desechables, pues
siempre andaban por los montes caminando. En verano
dormían en el suelo, recostándose en las hojas, y
en invierno lo hacían en trojas construidas sobre los
árboles. No practicaban ningún tipo
de agricultura; comían las frutas y raíces que
recolectaban en su desandar y los animales silvestres que
cazaban. Eran muy buenos flecheros y elaboraban un curare muy
fuerte. Poseían una piel de color clara, casi
blancos y eran de contextura fuerte. Mataban a sus enemigos y
luego los quemaban. Andaban desnudos, pero los hombres usaban una
taparita seca y hueca, adosada al cuerpo con bejucos, en la cual
colocaban el pene u órgano sexual, para protegerlo, de
ahí deriva el cognomento de TAPARITAS. En período
de invierno elaboraban Quiripas, una especie de lentejuela hecha
de concha de caracoles, que luego canjeaban a sus vecinos por
maíz, yuca, y otros productos
agrícolas que ellos no cultivaban. Eran muy diestros en el
uso del arco y la flecha, armas que aumentaban su eficacia con el
uso del curare. Muy previsivos en la guerra, ya que siempre
tenían carcajes o almacenamiento de
flechas escondidas cada cierto trecho, para asegurar
provisión de armamento en la huída, ante la
arremetida de sus enemigos. Creían en un Dios denominado
YUIULLA, pero no mantenían rituales de culto. No usaban
ningún instrumento musical porque solían ser muy
silenciosos, evitando así ser fácilmente
descubiertos. No enterraban a sus muertos, sino que los quemaban
y luego los colocaban en trojas sobre los árboles,
cubriéndolos con cáscaras vegetales para evitar que
los devorasen los zamuros.

Los Otomacos

Sus bases de subsistencia eran la caza, la pesca, la
recolección y la horticultura; sus sembradíos los
hacían aprovechando el descenso de las aguas en lagunas y
esteros, y el limo resultante de ese proceso. Cultivaban una
variedad de maíz denominado ONONA, que producía
mazorcas a los dos meses de sembrado, y según afirma el
antropólogo Rafael Strauss, esta variedad solo se
encontraba en Popayán, al sur de Colombia. Estos
grandes guerreros, que nunca pudieron ser dominados por los
Caribes en sus constantes guerras, eran
consumidores de pescado, caimanes y manatíes, al igual que
las tortugas, cuyos huevos y manteca les eran de mucho provecho,
no solo para el consumo, sino también para el trueque.
El trabajo se
distribuía por sexos: La agricultura, pesca y
recolección eran propias de los hombres, quienes
también elaboraban una fina cerámica y
tejían cestos de fibra de moriche, con fines comerciales.
La actividad de pesca era ejecutada por grupos especializados
seleccionados por el cacique. Todos los productos de sus
actividades eran distribuidos colectivamente por el cacique.
Aunque eran diestros pescadores, uno de sus métodos
preferidos consistía en el apaleo y flechado en pozos y
lagunas, lo cual les daba grandes dividendos. Alternaban las
jornadas de trabajo de un
día con igual tiempo de descanso, pero como se turnaban
las labores, siempre estaban en actividad productiva; así
mientras un grupo estaba cazando, pescando o sembrando, otro
grupo se entretenía en el juego de
pelota por ellos practicado.

Consumían crudos los huevos de tortuga, pero
ahumaban el sobrante para conservarlos; también eran
expertos en conservar la carne de manatí, la cual cortaban
en delgadas tiras que eran secadas al sol o al fuego. Un rasgo
singular Otomaco es la geofagia o consumo de tierra, para lo cual
confeccionaban una especie de panes de arcilla, que les
servía a manera de entretenimiento, una especie de chicle
primitivo elaborado por las mujeres. Estas hacían hoyos en
sitios de greda fina, allí enterraban frutas o maíz
que pocos días después amasaban impregnando la
arcilla con manteca de caimán, elemento que además
de darle flexibilidad a la pasta era un laxante que evitaba la
plena absorción orgánica de la tierra y facilitaba
su rápida expulsión; estos panes no se
consumían crudos sino que llevaban cierto nivel de
cocción en hornos.

Cultivaban tabaco para consumo y para trueque. Cortaban
sus hojas en pequeñísimos trozos que
envolvían en hojas de maíz, a manera de
cigarrillos, pero solo era consumido por los adultos, en especial
los ancianos, pues estaba prohibido para los
jóvenes.

Sus precarias viviendas eran una especie de paravientos
o techos vegetales para cubrirse de los rayos solares y
dormían en la arena, cubiertos de unos mosquiteros
elaborados con fibra de moriche, al efecto traían arena de
la playa del río, en la cual se introducía el grupo
familiar (padre, madre e hijos) que a su vez estaba protegido por
el mencionado mosquitero. Esa precariedad constructiva y el uso
de rancherías desechables les permitía movilizar
periódicamente sus poblados, cambiándolos de lugar
con frecuencia, entre otras cosas debido a razones
estratégicas de tipo militar, así como a la
adecuación a condiciones ambientales mejores para su modo
de vida.

Como distintivo de rango los hombres usaban pelo largo y
cierta especie de barba. Las mujeres cubrían sus genitales
con un guayuco, tipo delantal, que era teñido con tinte
del árbol paraguatán, y usaban como ornamento
collares de cuentas de
quiripa colgados de medio lado en su cuerpo. La
organización social Otomaca se basaba en la monogamia
para los jóvenes y la poligamia para los ancianos,
además de practicar la exogamia (casarse con personas de
otros grupos étnicos), especialmente con sus vecinos Los
Guamos. Casaban los jóvenes con las viudas más
ancianas, para que estas les enseñasen los secretos de la
vida conyugal y como cuidar a los hijos, y al morir estas
entonces los jóvenes viudos se casaban con otras mujeres
jóvenes. Igual ocurría con las mujeres
jóvenes y los viudos ancianos.

Paralelo a la concepción y modo de vida
comunitario existía en ellos cierta forma de propiedad
privada, en la cual si algún miembro de la tribu
encontraba en el monte un área o sector que le gustase en
particular, lo marcaba con cortes de ramas de arbustos o lo
limpiaba y demarcaba, haciendo un sembradío, que era
respetado por el resto de la comunidad,
pero dicha propiedad era transitoria, solo mientras duraban sus
siembras (uno o dos ciclos) porque luego que lo abandonaba este
quedaba libre y volvía a ser comunitario.

Practicaban un bautismo de sangría a los
recién nacidos en el momento mismo del parto, que
consistía en traspasar la lengua del padre con una puya de
raya (especie de hueso-aguijón en forma de serrucho que
constituye la cola de este temido animal, cuya herida es muy
dolorosa) para provocar un sangramiento que era vaciado sobre el
cuerpo del niño. Si el padre de la criatura no se hallaba
presente en el momento del alumbramiento el ritual debía
ser cumplido por la parturienta. El padre estaba obligado a
guardar ayuno total (solo podía consumir agua) hasta que
secase el ombligo del niño, para lo cual permanecía
acostado, ahorrando energías. Cuando los niños
habían crecido les practicaban una especie de
circuncisión, que no consistía en cortar el
prepucio sino en proferirles incisiones o perforaciones en su
pene, que les dejaban cicatrices de por vida.

En la guerra sus armas consistían en macanas,
arcos y flechas, a las cuales no colocaban veneno. Atacaban sin
usar los gritos de guerra comunes en otros grupos étnicos,
y las mujeres les acompañaban para recoger las flechas de
sus enemigos que erraban el blanco. Antes de ir a la guerra los
hombres consumían estupefacientes y se laceraban el cuerpo
con huesos afilados, en especial el de la puya de
raya.

Practicaban un juego de pelota que además de ser
recreativo tenía carácter ritual. Este se efectuaba en un
espacio amplio cercano a su aldea (una cancha), usando una gran
pelota hecha con el látex del árbol de caucho.
Indiscriminadamente participaban dos equipos de doce integrantes
cada uno y se acostumbraba la apuesta, consistente en
canastícos de maíz o sartas de quiripa. Los jueces
eran adultos, casi ancianos, que determinaban las faltas y los
ganadores. El saque y rechazo solo podía hacerse con el
hombro derecho, por tanto no podían tocarla con ninguna
otra parte del cuerpo. Mientras jugaba en la cancha, cada
participante se causaba heridas a si mismo en los brazos y muslos
con puntas de hueso, produciéndose abundante sangramiento
para cubrir su cuerpo, y al final del juego se bañaban en
el caño u orilla del río.

Los Otomacos no practicaban rituales de adoración
a sus deidades, pero creían en la existencia de un ser
supremo a quien denominaban JIVI-URANGA, que significa "el que
está en lo alto". Creían en la inmortalidad del
alma, y que
una vez separada esta del cuerpo se encaminaba hacia occidente,
donde había un lugar en la que descansaban sus
antepasados, pero corría el riesgo de ser
capturada por el gran pájaro TIGITIGI, enemigo del
hombre, quien
las devoraba, excepto la de aquellos que se le resistían
virilmente. Cuando moría un miembro de la tribu lo
enterraban con sus pertenencias (arco, flecha, macana) y luego
quemaban su rancho. Después la viuda iba y arrancaba todo
lo que este había sembrado en las sementeras, con el
objeto de arrancar de su memoria al
difunto. Los piaches, denominados MOJAN o ALABUQUI, creían
tener poderes sobrenaturales que les daban la facultad de
metamorfosearse en animales feroces como el tigre, animal al que
temían. Igualmente aseguraban poseer capacidad para
adivinar el futuro, para lo cual consumían el tabaco
CURUBA. En sus curaciones usaban baños de agua fría
con agregados de
plantas, mientras consumían tabaco. Tenían gran
poder sobre el
resto de su comunidad, quienes le proveían de todo para no
provocar su ira y hacer que este se sintiese bien.

Atribuían a sus mujeres cierto poder sobre la
luna, tanto que en los eclipses de este astro, cuando ellos
temían la desaparición del mismo, las mujeres eran
las que suplicaban para que recobrase su luz y esplendor.
Las danzas o bailes Otomacos se realizaban al final de la rutina
diaria y duraban hasta medianoche. No usaban ningún tipo
de instrumento musical, solo se valían de sus propias
voces, a
manera de un gran coro: Para ello se organizaban en tres
círculos humanos, uno detrás del otro: Había
un primer círculo formado por los hombres, agarrados de la
mano; luego un segundo círculo a su alrededor, constituido
por las mujeres; y después un tercero conformado por
niños y jóvenes. Todos ellos entonaban tonos y
cantos en respuesta a una especie de director, creando así
un gran coro u orfeón. También tenían un
baile al que denominaban MAÉMA, en honor al tigre
(maéma es el nombre que daban al tigre). Este
consistía en ocho o diez hombres bailando y cantando
alrededor de uno que estaba sentado en medio, encerrado; de
pronto como si se acercase un tigre a llevárselo, los
danzantes se volteaban hacia afuera, hacia los observadores, en
tono amenazante con sus lanzas, como si observaran en cada uno la
presencia del tigre.

Existen registros (hechos
por los Misioneros) de voces Otomacas, que hablan de su
parentesco, entre ellas están las siguientes: AUA = padre.
AMONO = madre. DURIRI = hijo. DAORE = hija. AMÁ = hermano.
ANOA = hermana. AÁ = esposo. UGUA = esposa.

Los Achaguas

Xaguas, Axaguas, Ajaguas y Achaguas, son los diferentes
nombres con los que se conoce a este grupo étnico que
habitó, extensamente, en las dilatadas regiones del llano
venezolano y sectores aledaños, en especial ocupando
áreas ribereñas de los caños y ríos
que circulan por esta vasta zona de la geografía venezolana,
entre estos se hallaban diversos lugares del territorio
cojedeño.

Esta nación
indígena desarrolló un modo de vida mixto, es
decir, que simultáneamente ejecutaban actividades
agrícolas y labores de pesca, caza y recolección,
derivado de las condiciones ofrecidas por el medio ambiente
natural, pródigo en frutas y animales silvestres, fuente
de alimentos que
no podían despreciar aún cuando lograsen cierto
desarrollo en el cultivo de algunos rubros vegetales.
Además de la yuca y el maíz, trabajaron la batata,
la calabaza o
auyama y el ají, muy usado por ellos como condimento.
También cultivaron la piña, la lechoza y el tabaco.
Utilizaron tres técnicas agrícolas: Una mediante la
tala y quema de un área boscosa, igual a como lo ejecutan
actualmente nuestros campesinos; otra aprovechando espacios
abiertos y desprovistos de vegetación (pequeños
valles o sabanas); y una tercera que consistía en
aprovechar el desecamiento de lagunas para sembrar en las
áreas que iban quedando despejadas, igual como lo
hacían los Otomacos. Los utensilios de labranza eran
hechos de madera, pues
hasta la llegada de los europeos no conocieron los objetos
metálicos. Adicional a ello, los Achaguas practicaban la
domesticación de animales (agricultura animal), algunos de
los cuales usaban como alimento, y una vez que entraron en
contacto con los españoles incorporaron las nuevas
especies traídas por ellos, haciéndose muy diestros
con los caballos en las primeras actividades
ganaderas.

Sus labores respondían a una organización
del trabajo basada en el sexo y en
función
del beneficio comunitario. Mientras los hombres iniciaban
limpiando el terreno, las mujeres ejecutaban la siembra y
posterior cuido del cultivo, tejían hamacas, preparaban
los alimentos, fabricaban la cerámica y
teñían el pelo de sus maridos para ciertas
actividades rituales según reglas del clan. Igualmente a
los hombres correspondían las labores de pesca y caza,
así como la fabricación de los utensilios de madera
y sus armas (arcos, flechas, macanas y curare).

En cuanto a la pesca, utilizaban el arpón y la
flecha, así como el veneno extraído de la
raíz del barbásco, pero su método
preferido era el utilizado para la pesca comunal, actividad
celebrada ceremonialmente por la tribu. En este tipo de pesca a
gran escala los
Achaguas construían barreras o empalizadas, también
denominadas tapas o cañizos, que se colocaban en medio de
ríos o caños en la época de abundante
caudal, para esperar su disminución y obstaculizar el
proceso migratorio de los peces hacia aguas más profundas,
momento en que eran capturados con arpones y atarrayas,
obteniendo así una importante provisión
alimentaria.

En materia de
recolección ellos lo hacían con frutas y
raíces silvestres, tales como la maya, hongos, cactus,
fruta de palma, fruta de guama, miel de abejas, y algunos
insectos como el bachaco y el gusano de la palma.

Una actividad que desarrollaron bastante bien fue el
comercio o
trueque con otros grupos indígenas (inicialmente) y con
los europeos (después del contacto). Al efecto
había grupos especializados en esas faenas, quienes
debían movilizarse a otros territorios con sus productos.
Los productos principales que ellos elaboraban para el canje eran
el aceite de ABAY
(tortuga) que tenía múltiples usos, especialmente
curativos, y las QUIRIPAS o cuentas de collares, hechas de concha
de caracol de río (QUIGUA), cuyo valor de cambio era muy
extendido y valorado por casi todos los demás grupos
étnicos. En los Achaguas existían artesanos
especializados en la elaboración de las Quiripas para el
trueque.

Fueron muy buenos en la preparación del cazabe y
la arepa, así como en la confección de bebidas
embriagantes, siendo su preferida la BERRIA, una especie de
cerveza hecha
sobre la base de diluir en agua con miel varias tortas o bollos
gruesos de cazabe, dejándolos fermentar durante cierto
tiempo. El producto al
momento de su preparación (antes de avinagrarse)
constituía una bebida suave a la que denominaban SUCUBE,
pero en esta forma no producía embriaguez, razón
por la que preferían consumirla en su estado fuerte o
ácido al final de la fermentación. También usaban el yopo
para fines rituales, al igual que lo hacen actualmente las
comunidades Yanomamis del alto Orinoco.

Como buenos navegantes sabían construir sus
propios medios de
transporte
acuático: Canoas (de cierto tamaño), piraguas
(grandes), y curiaras pequeñas y rápidas. Dominaban
la artesanía en el área de producción de tejidos con fibra
de moriche, canastos de hoja de palma, artículos de madera
y una excelente cerámica, parte de la cual era
polícroma (pintada de varios colores), para lo
cual usaban un tinte extraído del algarrobo.

Estos indígenas desarrollaron buenos sistemas
constructivos para sus viviendas, las cuales eran de tipo
comunal, denominadas MALOCAS, de forma circular y de gran
tamaño, paredes de barro, techo de palma cónico y
de gran altura, con una sola puerta de entrada muy pequeña
y protegida por una cortina que servía para bloquear el
ingreso de los insectos. En cada Maloca podían alojarse
hasta cien individuos, y tenían la particularidad de
construir la cocina externa a la vivienda residencial.
Además de este inmueble habitacional multifamiliar, los
Achaguas construían en sus aldeas una vivienda especial
que denominaban DUARY, similares a las otras pero mucho mas
grandes y abiertas por varios lados, este recinto era una especie
de club masculino (con capacidad hasta para 500 individuos),
donde las mujeres no tenían acceso y servía para
realizar actividades especiales vetadas a las hembras de la
tribu, tales como el CHUBAY, ceremonia de pubertad o
iniciación masculina en la cual celebraban, embriagados,
el paso natural de los niños a adolescentes,
quienes eran azotados por los adultos para fortalecerlos y
sembrar en ellos el espíritu de confidencialidad, evitando
que los iniciados comentasen fuera del recinto lo que allí
vivenciaban y presenciaban. Otra ceremonia practicada en ese
recinto era el MIRRAY, una actividad presidida por el cacique, en
la cual este jefe sentado en cuclillas, cabizbajo, con los codos
puestos sobre sus rodillas, en la mano izquierda sus armas y con
la derecha libre y puesta sobre la mejilla, iniciaba su Mirray u
oración retórica que todos aprendían desde
pequeños, expresada entre dientes y en forma rápida
(casi inentendible), mientras todos permanecían en
silencio, hasta que el cacique remataba la primera parte con un
tono alto en forma de lamento y un golpe de voz seco al final,
luego respondía el individuo que
estaba colocado de primero (a quien estaba dirigida la
ceremonia), con igual retórica oral, y así se iban
confrontando (a manera de contrapunteo) su sermoneo religioso
hasta que, al cabo de unas dos horas de enfrentamiento verbal,
finalizaba el acto y empezaba la celebración festiva,
acompañada del efecto narcotizante de la Berria. El Mirray
por lo general era realizado para evitar las confrontaciones
guerreras interclanes, es decir, entre diferentes tribus de los
mismos Achaguas, quienes preferían resolver sus
diferencias en la forma antes expresada, dentro del
Duary.

Las aldeas Achaguas se instalaban preferentemente entre
dos pequeños caños o afluentes de un gran
río, garantizándose con ello estar cerca de sus
campos cultivados y una expedita vía de comunicación que facilitaba su movilidad, a
la vez que se situaban en un área que les ofrecía
abundante provisión de peces para el consumo. La aldea era
cercada con empalizadas como medida de protección, tanto
de animales salvajes como el tigre, como de sus enemigos los
Caribes.

Practicaban la poligamia, destacando en los hombres la
preferencia por tener como esposas a varias hermanas juntas
(poliginia sororal), y muchas veces lo hacían con sus
propias sobrinas, siempre y cuando estas fuesen hijas de una de
sus propias hermanas, pero nunca de uno de sus hermanos.
También era común en ellos la separación o
divorcio, lo
cual generalmente ocurría por riñas maritales o por
un exceso de castigo masculino. Dividían el parentesco en
tres categorías: Una de acuerdo al linaje individual; otra
en relación a sus parientes por línea materna; y
otra en relación a sus vínculos por línea
parental de la esposa. El matrimonio era
visto como una carga para la mujer, una
especie de desventura, pues era ella la responsable de la mayor
parte de las tareas o labores del hogar y el conuco, siendo
común y normal el maltrato recibido de sus maridos. Antes
del matrimonio la mujer era
preparada en un encierro parecido al "blanqueo" que ejecutan los
Guajiros, durante el cual no podía ser vista por los
hombres de su comunidad. Era sometida a fuertes ayunos durante la
menstruación y recibía instrucción de las
responsabilidades de la mujer casada, en especial en lo
relacionado con su trabajo en los cultivos. En el vocabulario
Achagua aparecen las siguientes palabras: SARICANASI = Padre. NAO
= madre. ABÍ o ABINAY = Abuelo. CHYAPI = Abuela.
NUBERRÍ = Hermano mío. NUBECANATA = Hermano mayor
mío. NUICHERRO = Hermana.

Se organizaban en tribus o clanes totémicos
constituidos por grupos humanos con un promedio cercano a cien
miembros, quienes se identificaban por creer ser descendientes de
animales del medio ambiente circundante, tales como Amarizan (la
culebra de agua), Isirri (el murciélago),
autodenominandose Amarizanes (hijos de la serpiente),
Isirriberrenais (hijos del murciélago), o Univerrenais
(hijos de los ríos).

En lo religioso contaban con la conducción y
sapiencia de los Piaches, depositarios del saber de su tribu,
conocedores de sus tradiciones, lengua, costumbres, propiedades
medicinales de la naturaleza que les rodeaba. Estaban entrenados
desde su infancia para
esas funciones y eran
identificados por su larga cabellera y vida solitaria.
Creían tener la propiedad de convertirse en animales
feroces, y para sus labores medicinales utilizaban combinadamente
la aplicación de extractos de plantas, las sangrías
(producir sangramientos con heridas), baños con agua
fría y zumos de plantas, ayunos, además de
acompañarse con el sonido de una
maraca ceremonial solo usada por ellos. También eran
pronosticadores del futuro, en especial de las faenas a emprender
por la tribu, como por ejemplo las pesquerías,
premonizadas según los primeros ejemplares flechados.
Había dos tipos de Piaches: Uno era el MOHAN,
pronosticador de la suerte del clan en todo lo relacionado con
cacería, salud, comercio; otro era el
MARICACAY, interpretador de sueños y pronosticador de
acontecimientos meteorológicos como lluvias, inundaciones
y sequías.

En el mundo religioso Achagua existían varias
figuras de Dioses: Primero el Ser Supremo para ellos, el creador
de todo, al que denominaban GUAYGERRI; luego otras deidades
menores como JURRANA-MINARI, Dios de las labranzas o la
agricultura; CUISABIRRI, Dios del fuego; PRUBISANA, de los
temblores; ENO, de las tempestades; ACHACATÓ, de los
truenos; JUMENIRRO, nombre dado al lucero de la tarde; TANASAMI,
el demonio. Entre las leyendas
Achaguas se hallaba una que hablaba del diluvio universal,
denominado CATANA, en la cual narraba que un aguacero muy grande
cubrió la tierra y mató a todos los hombres, pero
un antepasado Achagua viendo esta gran inundación se
subió con su familia al monte mas alto y se salvó,
reproduciendo luego a la especie humana.

Cuando un enfermo estaba muy grave, desahuciado, que no
respondía a los tratamientos recibidos, a su lado
colocaban sus armas para que se defendiese de la muerte,
luego el Piache desahumaba su cuerpo soplándolo con humo
de tabaco y después lo dejaban solo para que luchara por
la vida enfrentándose a la muerte. Al
morir retornaban a su lado con grandes muestras de dolor,
llorando sobre su cadáver y profiriendo altisonantes
gritos lastimeros; luego de uno en uno iban pasando a llorarle,
besando sus manos, recordando y alabando todo lo que hacía
con ellas, haciendo memoria de su valentía y
hazañas. Durante tres días efectuaban este ritual
mortuorio, consumiendo bebidas embriagantes; luego abrían
una fosa en el centro de la Maloca y lo enterraban junto con sus
pertenencias, posteriormente su viuda o viudo se trasladaba a la
sementera para arrancar todo lo que el difunto había
cultivado con sus manos, borrando así su memoria, ya que
el nombre de los muertos era tabú.

Los Achaguas creían que el cielo era una gran
bóveda que se apoyaba sobre la tierra, y las estrellas
eran los ojos de gente que habitaba en lo alto. En cuanto al
cacicazgo, que tenía carácter hereditario, se sabe
que cada tribu o clan tenía su cacique, pero a su vez
había un cacique superior que dominaba a varias tribus
vecinas y al cual se subordinaban los caciques
locales.

Aspectos
históricos

Esa nutrida presencia indígena que,
después de los primeros contactos con las avanzadas
europeas, se mantuvo en esta zona durante los siglos XVI, XVII y
XVIII, entusiasmó el espíritu de los misioneros
Capuchinos en el proceso colonizador, estableciendo aquí
un asiento poblacional misional en la primera mitad del siglo
XVIII.

Este pueblo de misión fue
fundado el 1º de mayo 1744 por el Padre Capuchino Fray Pedro
José de Villanueva, con el nombre "San Miguel
Arcángel de la boca del río Tinaco",
alias
El Baúl. Su ubicación en la desembocadura
del río Tinaco en el Cojedes sirvió para su nombre
inicial, anteponiéndole, como era característico en
el proceso misional, el nombre de uno de los santos patronos de
la congregación religiosa Capuchina, como es ente caso San
Miguel Arcángel.

El proceso fundacional fue llevado a cabo con 150 indios
de las naciones guaiquires, mapoyes y tamanacos que, luego de
haber sido llevados a la misión de San Francisco de
Cojedes, la actual capital del
municipio Anzoategui, marcharon el 20 de abril de 1744 río
abajo, en pequeñas canoas de madera, hasta un punto
cercano a la desembocadura del río Tinaco en el río
Cojedes, donde una vez hecha la fundación aquel 1º de
mayo del año 1744, empezaron a levantar una capilla
provisoria en la cual el capuchino fundador celebró su
primera misa el 14 del mismo mes, día de la
Ascensión.

El Baúl era apenas un recién nacido que
comenzaba a crecer a orillas de un río que le daría
vida en los siguientes dos siglos y medio de su existencia,
cuando el 24 de mayo de 1744 bautizaron al primer bauleño,
y en abril de 1752 contaba ya con 256 habitantes, además
de las 180 personas que en los tres últimos años
habían muerto a causa de una epidemia.

Para 1758 El Baúl contaba con 307 habitantes,
todos indígenas, de origen guaiquire, mapoyes, tamanacos y
guamos. Había una iglesia nueva,
cobijada de tejas y fabricada con obra limpia, tenía
ornamentos y vasos sagrados. Seguía al frente del pueblo
el Padre Villanueva, de 49 años de edad y 16 de misionero,
lo cual indica que cuando fundó a El Baúl apenas
llevaba 2 años como misionero. Lo ayudaba en 1758 el Padre
Fray Cristóbal de Alcalá.

En 1770 sus habitantes eran 226, y el Padre Villanueva
seguía en El baúl, pero ya existían otros
grupos étnicos, compuestos por 60 familias de blancos,
negros y pardos, que vivían en sus alrededores y
tenían casas, labranza y ganado. Cuatro años
más tarde, el 1º de julio de 1774, el fundador
entregó su alma al Creador y fue enterrado en la iglesia
por él construida, la primera iglesia, la misma de la cual
apenas sobrevive un pequeño muro en la falda del cerro
morrocoy. El padre Pedro José de Villanueva deriva su
apellido del lugar del cual era nativo, Villanueva, pueblo
originado en la fundación de la aldea de Encina Nava en
1155, que se pasó a llamar Villanueva de Córdoba o
de La Jara en 1553, alcanzando el título de Villa gracias
a los servicios
prestados a Carlos V en el siglo XVI. Actualmente esta ciudad
esta ubicada en la provincia de Córdoba, en la
región de Andalucía, en el sur de España,
cuenta con unos 10.000 habitantes. y desde la antigüedad su
santo patrono es San Miguel Arcángel, lo cual como vemos,
fue trasladado por el fundador al recién nacido pueblo en
las riberas del río Cojedes, al cual bautizo con el nombre
de San Miguel Arcángel de la boca del río Tinaco,
alias El Baúl. La celebración del día de San
Miguel Arcángel para el momento de la fundación del
pueblo, en el año 1744, se realizaba el día 8 de
mayo, pero luego, en el año 1858 por decisión del
Papa fue cambiada para el 29 de septiembre, tal como hoy se
mantiene, he allí el motivo por el cual el patrón
espiritual de El Baúl es San Miguel, pues se trata de una
traslación cultural derivada del arraigo telúrico
del fundador, que además responde al contexto
histórico de mediados del siglo XVIII.

El 22 de marzo de 1781 llegaba al pueblo el Obispo de la
Diócesis de Caracas, Mariano Martí,
en visita pastoral, quien ofrece una interesante
descripción de este joven poblado llanero,
señalando que tenía una iglesia de tejas, bajo la
advocación de San Miguel Arcángel. Tenía
paredes de Tapias y adobes, cubierto de cañas el cuerpo;
la capilla mayor de una bóveda de tablas pintadas, con un
aseado retablo mayor, que en su nicho principal albergaba a la
Virgen del Amparo, de bulto
y vestida. En el nicho colateral de la banda del Evangelio se
hallaba el patrono San Miguel, y en el otro nicho colateral, en
la banda de la Epístola una imagen de bulto
de San José. La Sacristía, detrás del
presbiterio, esta medianamente adornada; el templo tenía
coro alto, pila bautismal, y además del altar mayor
había otro altar dedicado a las ánimas del
purgatorio, y otro en honor a San Antonio.
El templo era de 34 varas de largo (30 mts), de una sola nave
dividida en tres partes; tenía dos puertas grandes. Los
costados del templo tenían corredores con pilares de
ladrillos. El templo no tenía un campanario propiamente
dicho, sino un torreoncito de cuatro pilares de ladrillo, techado
de tejas, donde se hallaban las campanas, y delante del
pórtico, en una plazuela, estaba el cementerio. Para el
momento de la llegada del obispo Martí
el pueblo estaba dividido en dos sectores, uno donde
vivían los españoles, y otro donde estaban los
indios, y la iglesia se hallaba externa, en el cerro morrocoy.
Ese año El Baúl tenía 538 habitantes: 168
indios, 201 blancos, 51 mulatos, 112 negros libres y 6 esclavos.
Los indios componían 37 familias que vivían en
igual cantidad de casas, y los españoles eran 58 familias
distribuidas en 50 casas. Además de la iglesia, el padre
Villanueva tenía una casa de tapia y tejas, que los
vecinos bautizaron con el nombre de convento. Hubo un hermano del
fundador que se radicó en El baúl y contrajo
matrimonio con una dama de apellido Sosa, al morir este la viuda
caso con alguien de apellido Landaeta, del cual también
enviudó, y caso por tercera vez con un señor de San
Carlos, de apellido Sandoval.

Según testimonia Martí, el pueblo
originalmente había sido fundado en otro lugar, ubicado
río Tinaco arriba, como a un cuarto de legua(1 Km), en la
margen izquierda del río, terrenos de la familia
Tovar. Luego fue trasladado al lugar donde hoy se encuentra, y
esta acaudalada familia ayudó a construir la
iglesia.

El 28 de noviembre de 1795 el Obispo de Caracas
emitió un decreto para admitir como curato de doctrina al
pueblo misional de El Baúl, el cual pese a ello no fue
entregado de inmediato sino en 1797, quedando a partir de
entonces en manos de sacerdotes seculares el control
eclesiástico del poblado.

En 1802 el Padre José Damián Acosta
levantó un padrón poblacional, registrando un total
de 2.026 personas, es decir un crecimiento del orden del 390 %
con relación al año 1781; pero que además
ofrece otros datos muy interesantes para la comprensión
del proceso de mestizaje y sincretismo cultural que empezó
a generarse en esos años: El número de indios era
de 316, indicando un crecimiento del 100 %; los blancos eran 742,
con crecimiento de 350 %; los negros libres habían crecido
un 290 % y eran 301; los pardos (mestizos) eran 549, mostrando un
incremento de 1000 %; y los esclavos, cuya cifra era de 118,
mostraban un incremento de 2000 %, lo cual es un claro indicador
de un acelerado crecimiento en la actividad productiva,
básicamente orientada a la ganadería y la
agricultura. Es esa la época cuando empieza a conformarse
el perfil identitario de El Baúl. Esto se comprueba en el
hecho de que el Padre Acosta se quejaba en 1803, ante el Obispo,
porque en el pueblo se daba la frecuente realización de
fandangos que duraban toda una noche, y el Teniente de Justicia
Mayor, máxima autoridad
local, no los impedía, sino que los permitía.
Consideraba el sacerdote que el fandango, baile o fiesta
española de larga duración, era la fuente de
numerosos pecados. Con el tiempo el fandango se transformó
en el joropo, como fiesta y como interpretación musical
usada en dicha fiesta. Esto nos indica que esa singularidad
bauleña, que identifica al pueblo como "la cuna de los
arpistas en Venezuela
", se fundamenta y tiene su raíz
en ese elemento originario, que se remonta a dos siglos, cuando
los primeros bauleños eran aficionados y practicantes de
la fiesta del fandango, baile matriz del
cual emana el joropo, en su género
musical y dancístico.

En 1805 el padre Acosta hizo una nueva matricula que
arrojó los siguientes datos: Población total 1750
personas, lo cual indica una disminución del 20%;
había 717 blancos, 343 indios, y 579 pardos, mostrando en
general los mismos niveles de 1802, pero destacando una fuerte
disminución en la presencia de negros, tanto libres como
esclavos, siendo los primeros apenas 91 (70 % menos) y los
segundos eran solo 20 esclavos, lo que equivale a una
reducción del 80 %. Seis años mas tarde, en 1811,
el Padre Clemente Antonio Pérez hizo una matricula que dio
los siguientes resultados: Población total 2.666
habitantes; de ellos 1.050 eran blancos, 456 indios, 854 pardos y
306 esclavos, evidenciándose un notable incremento en
todas las castas. En 1815 descendió a 1.560 personas, lo
cual se debió a la guerra, pero en 1817 subió a
1.816 habitantes, debido a que desde el año anterior y
hasta 1818 la zona disfrutaría de una relativa paz; En
agosto de 1818 llegó el sacerdote José López
Serrano, levantó un inventario que
arrojó entre otros los datos siguientes: La iglesia era de
una sola nave, de tapia de pisón y techo de tejas.
Tenía dos capillas cerca del presbiterio, y se
llovía por todas partes. Un solo altar con su tarima. Se
conservaban las mismas tres imágenes:
Nuestra señora del Amparo, San Miguel y San
José.

La guerra independentista usara las sabanas
bauleñas como recurso libertario, y entrara al corazón de
su gente, para que uno de sus hijos, el Comandante Juan
José Díaz, se coronase de gloria al lado del
general Páez en las jornadas épicas de las Queseras
del Medio y de la batalla de Carabobo.

Unos de los combates mas importantes ocurrido ese
año en tierras cojedeñas tuvo lugar en la
población de El Baúl el día 15 de abril de
1818, tal como lo testimonia la
comunicación enviada por el jefe realista
Capitán Miguel León al Comandante de San Carlos,
Ramón
González, en la cual hace el siguiente relato: "En esta
hora, que serán las tres de la tarde, he entrado en este
pueblo, donde he batido y derrotado completamente los enemigos,
cuyo número era de 200, y mas, según voz general
del pueblo, y la tropa que me acompaña de 140,
habiéndoseles matado 21 y prisioneros solamente 8, y los
demás se escaparon por haberse tirado al río. Se
les cogió 14 carabinas y un trabuco, 35 lanzas, 20
paquetes de cartuchos y 69 bestias entre yeguas y caballos,
porción de sillas y algunos sables y puñales de
mano. En el día de mañana salgo a marcha redoblada
a tomar el punto de Guadarrama, de donde daré a Ud. Parte
inmediatamente" (Gaceta de Caracas, Vol VII, p 1421).

Durante la independencia
El Baúl no sufrió demasiado los embates de la
guerra, porque en sus calles apenas hubo un solo combate, y el
poblado fue fiel a la corona española hasta después
de 1821. Incluso hubo resistencia de
algunos vecinos, que se alzaron en 1822 contra el gobierno
republicano, hecho que fue sofocado por el Coronel Fernando
Figueredo, autoridad política y militar de
la época en el Cantón San Carlos, lo que
actualmente es el territorio del estado Cojedes.

El crecimiento demográfico se refleja en el
padrón de 1825 levantado por el Padre Jacinto
Pérez, donde figuran 2.645 personas, de las cuales 787
eran blancos, 376 indios, 1444 pardos, 24 esclavos y 14 negros
libres, mostrando con ello un alto incremento del mestizaje y una
drástica reducción de los negros.

A comienzos de 1827 la iglesia se hallaba en mal estado,
según lo refiere el sacerdote del pueblo Juan Vicente
Cisneros, debiendo celebrar las misas en la casa de un vecino.
Por esta razón empezó a recabar fondos para
construir una nueva iglesia, logrando para 1828 la suma de 200
pesos. En octubre de ese año, por instrucciones del
Arzobispo Méndez, llegó al pueblo el Padre
José maría Magdaleno, con el objeto de escoger un
lugar para levantar la nueva iglesia, determinándose que
este debería tener su fachada hacia el poniente. En 1835
aun no estaba concluida la obra, según lo testimonia el
nuevo sacerdote Mateo García, quien a su llegada el 9 de
diciembre señaló: "La iglesia está en
fabrica, concluida la capilla mayor y sacristía, techado
el caney de teja hasta la mitad del templo…" Los oficios
religiosos se practicaban en otro lugar.

A partir de la década de 1830 se intensificaron
los movimientos comerciales que utilizaban, desde El Baúl,
la vía fluvial del sistema del
río Cojedes (eje Orinoco-Apure). Aquí
confluían los tráficos drenados por el río
San Carlos, además de los caminos de herradura (transito
de mulas, caballos y burros) que lo unían con
Barquisimeto, Acarigua, El Pao, Valencia y San Carlos. La
cuantía de movimientos comerciales que utilizaban ese
sistema fluvial se puede constatar al registrarse, entre febrero
y octubre de 1844, un total de 543 embarcaciones (tipo bongo)
entradas al puerto fluvial de El Baúl. Esto vino
acompañado de importantes instalaciones de comerciantes,
peones, bogas, campesinos, ganaderos. El proceso se
fortificó a partir de 1856 con la llegada de los primeros
vapores a este puerto. Los intercambios entre los diferentes
centros poblados fueron recíprocamente favorables.
Remontando el Orinoco y sus afluentes los guayaneses llegaban a
cada uno de los poblados ribereños antes mencionados y
otros cercanos a estos, donde fácilmente adquirían
productos agrícolas y pecuarios que eran sacados para el
consumo de las grandes ciudades venezolanas y también para
la exportación, trayendo de regreso productos
manufacturados importados para surtir los centros comerciales de
dichas poblaciones. Esto condujo al fomento de las actividades
económicas basadas en la producción agropecuaria y
el comercio. Este intercambio obligó a las principales
casas comerciales ubicadas en los principales puertos y ciudades
del país a fundar casas de giro y representaciones en los
principales puertos fluviales del contexto llanero. El pueblo de
El Baúl se convirtió en lugar de enlace de la
extensa zona cojedeña-portugueseña-larense, y se
transformó en un importante centro de comercio por el cual
entraban y salían frutos, mercancías y
víveres, gracias a su privilegiada ubicación al
lado del entonces caudaloso río Cojedes. Este progreso, de
la mano del surgimiento de filiales de las grandes firmas
comerciales, conllevó a generar una inmigración a este poblado que marcó
huella en su desarrollo histórico futuro, ya que eran
estos inmigrantes quienes estaban al frente de las principales
casas comerciales locales, pero que luego decidieron echar
raíces y quedarse en El Baúl, creando
núcleos familiares permanentes.

En 1846 el pueblo vivió momentos agitados por los
vientos de guerra sufridos a consecuencia del alzamiento de "Las
Empalizadas", a orillas del río Portuguesa, hecho que fue
dominado por las fuerzas gubernamentales a cargo de José
Laurencio Silva. Luego, en 1848, el Comandante bauleño
Juan José Díaz, hombre de confianza del General
Páez en la independencia, se levantó en armas con
200 individuos para movilizarlos a Calabozo en apoyo a su antiguo
jefe, que estaba alzado contra el presidente Monagas. El
Comandante Díaz se movilizó por la vía de
"Zanja de Lira", lugar donde reclutó gente, y
siguió a Guadarrama, población que atacó e
incendió, pero luego se devolvió a El
Baúl.

En el verano de 1849 un científico alemán,
de nombre Karl Ferdinand Appun, discípulo de Humbolt,
llegó a El Baúl en visita científica, y
allí describe interesantes aspectos que reflejan el nivel
de progreso del poblado. Entre otras cosas señala lo
siguiente: " Eran las cuatro de la tarde de un día
sábado, cuando nos encontramos frente a la misión
de El Baúl, separados de ella por el río Cojedes,
de tamaño considerable. Entramos a una pulpería,
situada en la ribera izquierda, para refrescarnos y preparar lo
necesario para pasar a la otra ribera. Un panorama sumamente
interesante y vivo se ofrecía a mis ojos. El pueblo en que
me hallaba consistía en muchas casas que eran
pulperías en su mayoría y presentaban un aspecto
muy agradable por la pintura blanca
de las paredes de adobe y por sus rojos techos de tejas. Delante
de ellas una gran plaza abierta, sombreada en parte por un
gigantesco tamarindo, se extendía hasta el río,
en cuya ribera, allí plana, se hallaba una multitud de
bongos, barcas, curiaras o como se llamen los botes de menor
tamaño
. Detrás de las casas se levantaban
desnudas colinas cubiertas solo de vez en cuando por matas
aisladas. De una de esas colinas bajaba saltando alegremente por
su lecho rocoso un bello arroyo claro, para saludar de prisa, con
graciosos murmullo, el tamarindo colosal, y luego afluir
velozmente al río. Las riberas rocosas del arroyo, desde
la cumbre de la colina hasta su pie, ofrecían a mis ojos
un extraño espectáculo: en fila continua se
encontraban allí viejas y jóvenes lavanderas,
vestidas de blanco, …con la falda recogida en alto. … Bajo el
tamarindo había muchísimo movimiento: vendedores de
carne fresca o seca, de chigüire y pescado, de frutas, de
casabe y maíz exponían allí sus
mercancías que en parte colgaban y en parte yacían
sobre esteras en el suelo. Algunos arrieros, entre ellos el
mío, esperaban con sus bestias descargadas, la barca de la
orilla opuesta, a la sombra del tamarindo a fin de llevar a la
misión las cargas, amontonadas en el suelo; vendedores de
vajilla, loros vivos, monos y pollos se encontraban allí
con el mismo propósito: todo ofrecía pues el
espectáculo de un vivo mercado. Con sus
trajes pintorescos, llaneros y ganaderos, hateros y peones, los
caballos o mulas atadas a las rejas de las pulperías, se
hallaban en su interior tomando guarapo y ron, sus bebidas
favoritas. Cuando entramos todos nosotros a la barca larga y
ancha para pasar a la otra orilla, esta se hallaba lista y
sobrecargada de pasajeros. Mis compañeros de pasaje eran
un gran número de aquellas lavanderas ocupadas en la
colina, que regresaban a la misión con su ropa…
Había entre ellas muchachas trigueñas muy lindas y
desarrolladas, que me hicieron formar el mejor juicio sobre las
bellezas femeninas de El Baúl. Las bestias de carga,
así como la mula del arriero, tuvieron que nadar a la otra
ribera, lo que en realidad era un riesgo, ya que había
muchos caimanes en el río; pero como se atravesó
este ininterrumpida y ruidosamente, estando los botes llenos de
gente y el ganado se hallaba nadando, no era de temerse un ataque
de aquellos reptiles a las bestias. También aquí,
en el desembarcadero de la ribera derecha, había mucho
movimiento y pronto fuimos rodeados por una gran cantidad de
gente trigueña. La casa a la que "el Sabio" (baquiano) me
condujo se hallaba al principio de una calle muy ancha y larga,
no lejos de la orilla. Tenía una notable longitud, aunque
era solamente de un piso, como los otros edificios…
Detrás de la casa había una plaza grande y
libre, rodeada por algunos edificios pertenecientes a la
dueña…. En el centro de la plaza se levantaba un gran
cocotero de 80 pies de altura, en el mejor desarrollo y recargado
de frutas
, un fenómeno rarísimo en esta
región. Fue este el lugar mas lejano de la costa, en el
interior de Sudamérica tropical, donde viera un cocotero.
En la comida fui sorprendido por muchos platos exquisitamente
preparados, acompañados de varias delicadezas europeas:
sardinas, ciruelas pasas, frutas conservadas en vinagre, olivas,
etc, y finalmente un excelente dulce de guayaba. No faltaban ni
el vino ni la champaña y lucían en la mesa sardinas
"a l´huile", langosta, "clams" (almeja de carne
comestible), queso holandés, salchichas envueltas en papel
de estaño,
etc. El comercio del pueblo es activo, tanto con San Fernando
de Apure como con la costa, llevando con esta el intercambio de
ganado, queso, pescado seco y chigüire
." Especialmente
en tiempo de Cuaresma, grandes cantidades de estos dos
últimos artículos son enviados a todas partes del
país, pues al venezolano le está permitido comer
como plato de ayuno la carne de chigüire. Abrazado por ambos
lados por el río, que exactamente aquí se vuelve
resueltamente desde el Oeste hacia el Sur, el pueblo, situado en
una considerable colina, se extiende a través de una serie
de pintorescos ranchos y edificios a lo largo del
río.
Por último, el sabio alemán
señala: "La misión de El Baúl lleva
su nombre por la región en que se halla, rodeada de
ríos por todas partes: el río Tinaco, el río
Pao, el río Cojedes y el Portuguesa, a causa de lo cual
formando un largo cuadrado, se asemeja a un baúl".

Situado en la confluencia de los ríos Tinaco y Cojedes, el
pueblo es de notable tamaño y consiste principalmente en
dos largas calles anchas y rectas, donde se encuentran las
blancas casas al estilo rústico venezolano, gran parte de
las cuales son pulperías.

Durante más de ochenta años este poblado
perteneció, territorial, eclesiástico y
administrativamente a la Villa de San Carlos de Austria, hasta
que en 1830, con la creación del Cantón Pao
quedó comprendido dentro de su jurisdicción como
una parroquia. Veintiséis años después, fue
creado el CANTON GIRARDOT (actual municipio Girardot), por
decreto del Congreso de la
República, el 02 abril de 1856. Desde ese momento El
Baúl pasó a ser la capital de dicho Cantón,
luego denominado Departamento, posteriormente Distrito y ahora
Municipio Autónomo.

El primer maestro o preceptor de El Baúl fue el
señor José Estrada, quien ejerció su labor
desde comienzos de la década de 1830 y fue jubilado,
mediante decreto, por el gobernador Guillermo Tell Villegas en
1856, nombrando como su sustituto al maestro Pedro León
Torres (siendo este el primer caso de jubilación de un
docente en territorio cojedeño).

En ese mismo año 1856 comenzó la
navegación de vapores por el río Cojedes, iniciada
con la llegada a El Baúl del vapor Meta, el 20 de
septiembre de ese año, procedente de Ciudad Bolívar;
una nave de 44 metros de largo por 14 de ancho, capitaneada por
Juan Hammer. El 21 a las 8 am el barco siguió en un
paseo a Sucre, con 200 personas a bordo y llegó hasta "la
vuelta de las tortugas", donde se devolvió al Baúl,
allí llegó a las 2 pm. En la noche hicieron una
gran fiesta a bordo de la novedosa nave y en la mañana del
22 salió con rumbo a Ciudad Bolívar, iniciando
así el comercio y transito de vapores entre El Baúl
y la capital guayanesa, extensible a puertos
extranjeros.

La epidemia de cólera
propagada en el país en 1854 también llego a El
Baúl, razón por la cual el gobierno provincial, a
cuyo frente estaba Guillermo Tell Villegas, nombró al Dr.
Daniel quintana para que se instalase en el pueblo a prestar sus
servicios médicos. Con este médico llegó
también, un poco mas tarde, el Dr. Carlos Manuel
Cárdenas, su cuñado. Además incorporó
la población al servicio de
correos, con dos visitas a la semana, interconectándolo
con San Carlos. Un dato importante de señalar es el
reflejado por el gobernador Villegas en su memoria a la
Diputación Provincial en 1856, porque allí acota
que El Baúl carecía de un templo, cuyos datos no
ofrecía por no tenerlos a la mano, pero se
comprometió a entregarlos oportunamente. Esto nos indica
que acaso ¿la obra construida 20 años atrás
se había derrumbado?¿Por qué razón no
había iglesia?

En 1858 El Agachao, celebre caudillo federalista, se
alzó con 200 hombres en los alrededores del Baúl,
iniciando allí, prematuramente, la guerra
federal.

En el curso de la guerra federal este pueblo
sintió el efecto devastador de la contienda. En sus calles
se combatió muchas veces y destaca el sitio y batalla del
7 de octubre de 1859, cuando las fuerzas federales que estaban en
El Baúl, unos 300 hombres al mando del Coronel Pedro
Archila, fueron atacadas por las tropas del gobierno, integradas
por unos 500 soldados comandados por Jacinto López
Gutiérrez, José Leandro Martínez,
Hermenegildo Gámez y Andrés Morales. El combate fue
terrible, muy sangriento, quedando 140 muertos en los federales,
incluido su jefe el Coronel Archila, 32 prisioneros y muchas
armas capturadas. La gente del gobierno solo tuvo 5 muertos y 15
heridos, lo que demuestra que muchos federales fueron pasados por
las armas después de haberse rendido. Cuatro años
mas tarde, el 29 de julio de 1862, se produjo otro combate
importante en el territorio del actual municipio Girardot, el
cual aparece reflejado por González Guinán en el
tomo VIII del libro Historia
Contemporánea de Venezuela: "El Comandante Dr Gonzalo
Cárdenas, jefe del Estado Mayor del jefe de Operaciones del
Guarico y Cojedes, hacía por separado una excursión
con fuerzas de infantería y gran parte de
caballería. Cuando la mañana del 29 de julio
encontró en la Boca del caño de los Aceites al
Gral. Magdaleno Barreto, que iba de travesía con su Estado
Mayor, ciento y pico de hombres y una madrina de bestias. Para el
Gral. Barreto fue aquello una sorpresa. En pocos momentos fue
dispersada su pequeña tropa, quedando él y otros de
sus compañeros prisioneros. Los federalistas tuvieron en
aquella jornada 22 muertos, entre ellos los Comandantes Francisco
y Salustiano Caballero, los oficiales José Ramón
Gamarra, Higinio Hernández y Tiburcio Sandoval, y 46
prisioneros, entre los que figuraban el citado Gral. Barreto, el
Coronel Leoncio Matute, el Comandante José Ángel
Barreto y los oficiales Eugenio Alvarado, Cipriano Barreto,
Higinio Bustos, Manuel Salinas, Bartolo Monagas y Matías
Cortez".

El 03 de junio de 1858 Juan Miguel Iturriza y Patricio
Fernández constituyeron una sociedad
mercantil en El Baúl: "Hemos establecido en esta plaza una
tienda de mercancías secas, la cual gira bajo la
razón social de "patricio Fernández", y será
administrada dicha tienda por Patricio Fernández, siendo
su firma la que autorice todos los actos de esta sociedad, la
cual no tiene un capital fijo, pues se ha establecido con la suma
de dos mil quinientos sesenta y siete pesos, importe de
mercancías, prendas, mobiliario, que hemos comprado al Sr.
Carlos Aliaga, y cuatrocientos noventa y un pesos, importe de las
tomadas el dos del presente del establecimiento del socio
Iturriza. La duración de esta sociedad será de dos
años, pero puede disolverse antes si así lo
acordaren sus contratantes. .En 1863 Juan Miguel Iturriza, un
rico comerciante que participó en la guerra federal pero
no perdió su fortuna, construyó la famosa casa de
alto para establecer allí una casa de comercio,
aprovechando el auge de esta actividad por efecto del incremento
del trafico de vapores que, desde Ciudad bolívar y otros
puertos, traían al Baúl mercancías
importadas y de regreso se llevaban los productos locales como
cueros de res y de venados, queso, manteca de cerdo, aceite del
gusano de palma, tabaco y productos agrícolas, y
algún tiempo después comercializaron las plumas de
garza, un producto codiciado en Europa que generó grandes
ingresos a los
llaneros del Baúl, pero mucho más a los
comerciantes que las exportaban. Finalizando el siglo XIX la
casona fue vendida a Don Luis Sosa; posteriormente este la
vendió a José de Jesús Salazar Olivo,
comerciante y maestro. En 1930 la adquirió Don Alonso
Tosta e instaló su botica; en 1950 la casa volvió a
manos de la familia Iturriza, cuando Ladislao la adquirió.

En 1859: el español
José Marquez (Mayorca) señala en testamento en El
Baúl, una bodega de 3.000 pesos de capital, y acusa deudas
con Real Cª de San Fernando; Eugenio Barrios Cª,
Matías Paz y Tomás San Miguel del comercio
valenciano. En 1860 Leonardo Igarza poseía casa comercial
en El Baúl y un billar.

En 1867, un viajero de apellido Michelena que
llegó a El Baúl, señaló: "ninguna
población de cuantas había visitado hasta ahora me
sorprendió más que esta,… Desde luego me
encontré con una gran población de mas de 6.000
almas, y como 15.000 contando sus campos inmediatos: muy buenas
casas, buenas tiendas de ropas y comestibles, todo el mundo bien
vestido, y no vi un solo mendigo… la mayoría de este
poblamiento corresponde a emigrantes de otras regiones cercanas,
en particular San Carlos, El Pao y Valencia, junto a
lugareños bien asentados por las condiciones de su
agricultura, ganadería, pesca y artesanía. Esa
abundancia de población allí reconcentrada tiene su
origen en la abundancia de víveres que ofrece; tiene
bastante ganado, pescado de las mejores calidades y en
abundancia, de que hacen salazones para enviar a otras
poblaciones; hay muchos pequeños trapiches para moler la
caña y hacer papelón y azúcar;
el cazabe es inmejorable, y tienen gran abundancia de aves; el
aguardiente es otro de sus mejores artículos de
exportación. Sus embarcaciones trafican además los
productos que descienden por arreos de mulas del Estado Lara,
particularmente café,
sacos y mochilas de henequén y los llevan hasta Ciudad
Bolívar, de donde transportan al retorno mercancías
importadas. El aprovisionamiento de víveres de San
Fernando de Apure casi es exclusivo de El Baúl, saliendo
diariamente 6 o más bongos cargados, y trayendo en cambio
dinero,
mercaderías de Angostura u otros efectos venidos de la
provincia de Caracas."

En 1865: Eleuterio Gutiérrez, comerciante
instalado en El Baúl.; en 1866: Miguel Calafat
(español) tenía casa comercial en El Baúl.;
ese mismo año existía la casa comercial "Hermanos
Garrido", en El Baúl, propiedad de José
Jesús y Joaquín Garrido. y el joven Teodosio
Estrada inicio actividad comercial ambulante en El
Baúl.

En Octubre 1867: Simón Levinson, acepta
(documento registrado) que debe y pagará a Juan Miguel
Iturriza Cª del comercio de El Baúl, la cantidad de
1926 pesos y 32 centavos, provenientes de la liquidación
de la casa comercial mantenida en sociedad con esta firma hasta
el 07-10-1867, en esa población; la deuda la componen 1201
pesos de su cuenta particular y 724 pesos como mitad de las
perdidas habidas en dicha sociedad, comprometiéndose a
cancelarla por abonos en plazos establecidos al respecto. Ese
mismo año Antonio Peña con establecimiento en El
Baúl.

En 1868 Pedro Celestino Mujica (español) con
negocio en El Baúl. También Manuel Ávila y
Olegario Montes, este último, al igual que Carlos
Villamediana ya estaban en 1866

Durante todo el resto del siglo XIX y las primeras dos
décadas del siglo XX, era común encontrar en las
casas comerciales del Baúl (muchas de las cuales eran
filiales de grandes firmas nacionales como Boulton, Blohm,
Röemer, Baasch, Kolster, Mestern,), finos productos
importados como licores, telas, sombreros, ropa, objetos de
reciente invento, cremas, medicinas, etc. En esa época
llegaron muchos extranjeros a establecerse en El Baúl y
luego echaron raíces, apellidos como De Bona, Pignataro,
Trestini, Cavalcanti, Toche, Falótico, Alquibi, Grimaldo,
Lavieri, Lévison, Ricart, entre otros. Desde El
Baúl se surtían poblaciones como El Amparo,
Lagunitas, El Pao, San Carlos, Tinaco, Cojeditos y hasta la
propia Acarigua, desarrollándose una intensa actividad
comercial que generó riqueza y prosperidad no solo en El
Baúl, sino en todo Cojedes.

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